En 1982, los psicólogos Cristóbal Colón y Carmen Jordá abandonaron sus trabajos para perseguir un sueño: crear una empresa rentable que integrase a todas las personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental crónica de su comarca, la Garrotxa. Tras una década trabajando en hospitales e instituciones psiquiátricas, la pareja llegó a la conclusión de que “el empleo era la mejor herramienta terapéutica que les podíamos dar a estas personas”. Así que juntaron sus ahorros, compraron una antigua explotación vacuna en la campiña gerundense, y empezaron a producir yogures. Los pesimistas pronosticaron su quiebra temprana.
Hoy, La Fageda es una de las empresas más prósperas de Cataluña, con una facturación anual de 20 millones de euros y una marca que compite directamente con Danone y Nestlé. Cada año produce 65 millones de yogures, que se venden a un precio superior a la media del sector, sin utilizar publicidad ni promociones. Todo se hace de manera orgánica y sostenible, usando materias primas locales, y un equipo de 300 trabajadores bien remunerados, de los cuales un 70% tiene algún tipo de discapacidad.
La Fageda es un ejemplo paradigmático de empresa social y de lo que el Cuarto Sector puede hacer por el mundo. Su cultura organizativa está guiada por los principios de la rentabilidad y la viabilidad económica. Sus socios trabajan en la cuenta de resultados (precios netos, márgenes brutos, cash flows…) y reinvirtieren parte de los ingresos en mejorar la competitividad y perdurabilidad del negocio. Pero, a diferencia de las empresas tradicionales, para La Fageda el lucro financiero no es un fin, sino un medio que permite alcanzar otro objetivo más noble y necesario: el de mejorar la calidad de vida de un colectivo en severo riesgo de exclusión y proteger el medioambiente.
Esta empresa sitúa a las personas y a la naturaleza en el centro de sus prioridades. Dedica el grueso de sus ingresos a ofrecer actividades asistenciales, un servicio de terapia ocupacional, pisos asistidos para los trabajadores y actividades de ocio, que han permitido integrar al 100% de las personas con discapacidad psíquica o trastornos mentales severos de la Garrotxa. A La Fageda también le preocupa el cambio climático. Por eso no quiere producir ni vender fuera de Cataluña. Apoya los principios de “kilómetro cero”, empleando solo productos locales y ecológicos. Trata con respeto a sus animales, usa las toneladas de purín que generan sus vacas en una planta de compostaje, tiene una depuradora biológica que limpia las aguas residuales, y cuenta con un vivero que produce más de un millón de plantas al año para reforestar los bosques de la zona.
Esta combinación de rentabilidad económica y fuerte impacto social y medioambiental convierte a empresas como La Fageda en actores clave en la resolución de los grandes retos a los que se enfrenta el mundo actual, tal y como aparecen recogidos en la Agenda 2030. Por eso es necesario apoyarlas y dotarlas de un ecosistema propicio, que se ajuste a sus peculiares objetivos y principios, y les ayude a ser más competitivas. Construir La Fageda no fue una tarea fácil. Colón y Jordá se enfrentaron a la rigidez del sistema, a la falta de herramientas de financiación y a la ausencia de modelos de referencia. Puesto que la legislación española no contempla una figura jurídica que integre las actividades mercantiles y asistenciales, La Fageda tuvo que constituirse en tres entidades distintas: dos fundaciones y una sociedad cooperativa. Esta multiplicidad de formas reduce su operatividad, dificulta la financiación y encarece su funcionamiento. Por eso necesitamos un Cuarto Sector. Para que surjan más empresas como La Fageda. Empresas que producen riqueza, trabajo y bienestar, y que al mismo tiempo reducen sus externalidades negativas al mínimo, demostrando que otra economía es posible.